«ANTÁRTIDA», de Raúl Hernández Garrido, nueva publicación de la Asociación de Directores de Escena

Esta es una obra impregnada por «el misterio de la Antártida», según expresa su autor en el prólogo, y por los litigios internacionales sobre ella, las repercusiones del cambio climático y las expectativas de su explotación. Pero también, especialmente, por ser el escenario de la carrera épica y trágica que Robert Scott y Roald Amundsen llevaron a cabo en 1912 por la conquista del Polo Sur.
Con esos referentes, Raúl Hernández Garrido construye una historia actual de tres personajes sin escrúpulos, inmersos en el mundo del neocapitalismo globalizante, que tejen y traicionan sus alianzas al viento de la conveniencia. Una intriga de ambiciones, en la que se dan cita igualmente el terrorismo y la especulación bursátil, y que encuentra un trasunto de símbolos y contraposiciones en el duelo que enterró para siempre a Scott y sus hombres en el continente helado.



Publicaciones de la ADE, Asociación de Directores de Escena de España, 29/3/2023
Serie Literatura dramática iberoamericana nº 83

ISBN 9788417189549

152 pages


Esta obra se publica con la ayuda de FUNDACIÓN SGAE

Todo esto empezó con una proposición desconcertante, un equívoco feliz y un desafío inesperado. Todo esto empezó una mañana, en una terraza de la Plaza Santa Ana de Madrid, lugar habitual para este tipo de encuentros, quizá por los solemnes medallones que orlan el Teatro Español y la estatua tan sonriente como falsa de Lorca.

Me proponían un encargo —aún no sé por qué a mí, ni tampoco el que me lo proponía entonces debía saberlo—, animándome a asaltar la película Arcadia de Costa-Gavras y extraer de su inverosímil argumento (un ejecutivo en paro secuestra y liquida a sus posibles competidores) un texto de teatro que el solicitante estrenaría como actor y productor.

Yo, por aquél entonces, me había propuesto no aceptar más encargos y este no me atraía —de hecho, había mucho en su planteamiento que recordaba formal y temáticamente a mi obra última, El procedimiento— cuando un desliz suyo transformó el título a plagiar de Arcadia en Antártida.  Ahí me dio un vuelco el corazón. Hace años había montado un documental sobre la Antártida para ser presentado en una cadena americana en representación de RTVE, y eso supuso visionar unas 40 horas de material rodado allí por nuestros equipos; de ahí me quedó la invitación de viajar al continente blanco. Pero, más que eso, aún tenía el recuerdo de ver, en la televisión en blanco y negro y un único canal de mi infancia, Scott de la Antártida, y del impacto que me supuso su final estremecedor. Para mí era un gran acicate construir una obra donde cupiera tan triste odisea, el misterio de la Antártida, sus elevaciones fantásticas, su blancura, el frío eterno, su silencio, su fascinante y misteriosa fauna. Así como los litigios internacionales que la ambicionan, a los que hoy se añaden las repercusiones del cambio climático, con el peligro de que el deshielo espolee la especulación y la catástrofe. Un cambio climático que haría accesible grandes recursos aún inexplorados y esto, al crear nuevas expectativas de explotación, aceleraría aún más el colapso mundial. Pero, sobre todo, la Antártida nunca dejaría de ser, para mí y para todos, el escenario de la carrera épica y trágica de Scott y Admunsen. Era meter un mundo entero en las 80 páginas de una obra de teatro. En el texto a escribir ya sentía la influencia de Moby Dick, de Melville, novela que contiene la enciclopedia de la que se nutre y cuya narración es tanto la manera en que la novela se va escribiendo como metáfora de esa ballena blanca, figuración de lo que siempre se nos escapa. Además, me enfrentaba al desafío de seguir la objetividad épica brechtiana, en la que lo subjetivo se restringe en el acto de la escritura. El Galileo, que contiene al personaje, sus escritos reales, sus hechos, sus miserias y su grandeza, al tiempo que el estudio y la crítica de sus actos, es un buen ejemplo de ello. Lo que no tenía claro es qué hacer con la película de Costa-Gavras, que vi con poco interés, y de cuya trama solo quedaría una breve alusión en la versión final del texto.

Así inicié un proceso frenético, que se convertiría en casi interminable, en el que todo estaba por descubrir, aunque percibiera con mucha claridad los personajes y la estructura. También me resultaban evidentes cuestiones de estilo, como la alternancia de lo dramático, lo épico, lo didáctico y lo documental; incluso la inclusión de la descripción biológica, zoológica y geológica de los entornos naturales… La visión de lo teatral como geografía; la inclusión de fantasías subjetivas dentro de marcos de referencia de la realidad actual; y, sobre todo, la alternancia de la carrera por la Antártida con una extravagante historia contemporánea de competitividad comercial… y tanto más extravagante cuanto más incorporaba literalmente hechos reales. La cuestión era lograr una forma que uniera todos estos elementos de manera orgánica; crear una macroestructura que organizara tanto material articulándolo por un férreo sentido central.

Previo a todo esto, fue la labor de documentación en el que me sumergí, de la que destaco el libro de Javier Cacho: Amundsen-Scott. Duelo en la Antártida, que me sirvió a su vez de guía de lectura para los dos libros editados en español de ambos expedicionarios: la rutinaria crónica de Amundsen, junto a la emocionante selección de los diarios de Scott (a los que añadí otros textos que encontré en internet, de una gran belleza, algunos de cuyos fragmentos, en traducción propia, incluí en esta obra). Documentación que se extendió a los aspectos actuales del litigio por la Antártida, los discutidos tratados que intentan asegurar su independencia y la protección mundial respecto a este continente que es o debería ser un universo ajeno a lo que sucede en la Tierra. Preciosos fueron los comentarios de algunos compañeros que estuvieron en la Antártida (uno de ellos, fue dejado en el mismo Polo Sur por un helicóptero y estuvo allí por días, considerando que en el verano antártico el sol no se mueve del cenit las 24 horas, preparado para grabar precisamente la llegada al Polo de una expedición de Al filo de lo imposible que reconstruía la hazaña de Scott-Amunsden).

Finalmente, no fui a la Antártida, pero para en este texto influyeron también dos impactos personales. Uno, el grabar en la Ría de Vigo, cuando estaba con un documental sobre las viudas de vivos -las mujeres gallegas que aguardan en tierra las largas campañas de sus maridos, pesqueros de altura- la llegada de un gran buque factoría de Pescanova que venía precisamente del continente blanco. La espera de las familias, la llegada de los hombres, los encuentros, las lágrimas y las alegrías. Uno de los marineros llevaba un pingüino congelado, perfectamente embalado. Y justo en el mismo lugar del desembarco, años después, cuando el destino de Pescanova era incierto, mientras realizaba una serie documental sobre cazadores de ballenas, ir a grabar las grandes instalaciones de la desaparecida empresa de pescado Miau, y un poco más allá, la factoría de ballenas de la misma empresa de Cangas del Morrazo, a la que sumaría unos días después la de Corcubión, frente a Fisterra, tan repleta de historias y vivencias. Ambas inactivas y convertidas en arqueología industrial tras la moratoria del 86.

Naturalmente, no puedo olvidar las fotografías de Frank Hurley, que estuvo en varias expediciones, incluyendo la previa y épica de Shackleton, y las de Herbert G. Ponting, el fotógrafo de la expedición de Scott de 1912. Ambos nos enseñaron a ver el continente en toda su grandeza y majestuosidad, impasible a la medida de lo humano.

Hubo un momento extraño en la escritura, aquel en que esta iba avanzando con 100 años de diferencia con respecto a la competición original. Scott y Amundsen, junto a sus equipos, iban recorriendo así tanto el terreno del continente Antártida, en 1912, como mi texto de Antártida, en 2012. No es extraño que durante esa misma primera etapa de escritura una mujer hiciera en solitario, por primera vez, la expedición al Polo.

Las primeras versiones ya estaban cerradas y solo recibieron la incomprensión de aquel que la encargó… Pienso en el misterioso cliente que le pidió a Mozart escribir su Requiem. Y quizá, en mi caso, haya ocurrido algo similar. Fue simplemente un intermediario que me espoleó a escribir algo que estaba muy dentro de mí. De la misma manera que el extraño cliente de Mozart desapareció tras la muerte del maestro, lo hizo el de Antártida, sin más explicaciones, cuando esta avanzaba en su escritura y debería cumplirse el compromiso de su producción. No se realizó este, pero me dejó una tarea suculenta entre manos. Algo que me debía a mí mismo y a los hombres que murieron con Scott. Seguir con la reescritura de este texto, desmantelando aquello que no encajaba, buscando afianzar la parte dramática, la historia de los tres personajes inmersos en el mundo del neocapitalismo globalizante; hacer creíble un final inverosímil que replica lo que ocurrió en realidad el 11 de septiembre de 2001 y que quizá haya ocurrido con demasiada frecuencia: la confluencia de terrorismo y de especulación bursátil; y llegar a una conclusión en que, tras la visión de esa esfinge de hielo que evoca el final de Arthur Gordon Pym de Poe, se alcanza una visión apocalíptica que dignamente cierran las últimas palabras encontradas en el diario de Scott… Y que solo alivia una melodía de Cole Porter.

En esta travesía me acompañó un lector cómplice y crítico, Carlos Rodríguez, a quien tanto le debo. Fue un compañero participativo en la escritura casi final de este texto, que culminó con la dirección de una lectura dramatizada que se realizó en el Matadero, dentro del Festival de Iberescena 2015 organizado por Teatro del Astillero. Una lectura a la que yo no acudí porque estaba de profesor invitado en la University of Southern Indiana. Allí, a pocos pasos del río Ohio, en Indiana y frente a Kentucky, daba pasos a la que sería la casi última versión —aunque no definitiva— de Antártida, con la impaciencia de Rodríguez convertido en director y esperando una dramaturgia reducida que no llegaba… Yo le mandaba nuevas versiones del texto completo, hasta lograr algo satisfactorio. Entonces, pude atacar la reducción del texto y enviársela; versión que, dadas las condiciones del entorno donde se realizó la lectura, tuvo que ser abreviada más. No estuve ahí para apreciar esa dramaturgia de dirección sobre mi dramaturgia, y esa es otra de las paradojas de este texto.

Ahora que se publica en forma de libro, espero que Antártida tenga por fin una vida propia, separada de su autor tras tantos años de coexistencia, y conozca muchas versiones sobre la escena. Y que yo pueda ver todos los mundos que pretendo que encierra y aplaudir sus posibles representaciones ahora como un observador distante y un espectador agradecido más.

Deja un comentario