MURIEL SÁNCHEZ ES NINA, DE JOSÉ RAMÓN FERNÁNDEZ.

Nina

Premio Lope de Vega 2003.

de José Ramón Fernández

COMPAÑÍA: La Risa de Cloe

 

Del 8 de junio al 2 de julio 2017

Horario:

Martes a sábado – 20:30 h.
Domingos – 19:30 h.

Sábado 1 de julio. No hay función

Duración:

95 minutos aprox.

Lugar:

Sala Jardiel Poncela

Sinopsis:

Otoño. Un pueblo frente al mar. Llueve. Todos los relojes parecen detenidos hasta el próximo verano. Sus habitantes matan el tiempo como pueden: juega a la lotería, preparan sus aparejos para ir a pescar, sueñan secretamente con vidas que no supieron o no se atrevieron a vivir. Tras diez años de ausencia, Nina irrumpe en la aparente placidez de este letargo como un relámpago, capaz de fulminar o de despertar a los otros según donde caiga. Casi nadie sabe que ha regresado. Mucho menos para qué. Ni ella misma quizá lo sepa. Todos recuerdan por qué se marchó, tras un sueño que, a juzgar por su estado actual, acabó en pesadilla. Como entonces, planea ahora alejarse sin despedirse de nadie, hasta que Esteban, el dueño del hotel en el que está alojada, la reconoce y propicia a sus espaldas un reencuentro con Blas, un viejo amigo de su infancia al que su reaparición podría cambiarle la vida, casi salvársela, descubriendo a la vez que también ella aún puede quizá cambiar la suya.

Ficha artística:

Texto – José Ramón Fernández

Intérpretes – Muriel Sánchez, José Bustos, Jesús Hierónides

Dirección – Diego Bagnera

Técnica de iluminación – Cristina Santoro

Fotografía – Carlos Luján

Compañía – La risa de Cloe

Nina es quizá uno de los textos centrales del penúltimo teatro de texto español, escrita por José Ramón Fernández, presente en la cartelera de nuestro país de una manera constante tanto a través de textos originales como de dramaturgias de muy diverso origen, a las que él les imprime su característico estilo. Nina fue reconocida en el año 2003 con el Premio Lope de Vega, y pronto pasó a la sala menor del Teatro Español, en un montaje muy cinematográfico por el origen de sus actores y director, un montaje que tuvo un éxito tan rotundo como para ser reprogramado en la siguiente temporada.

Nina habla del tiempo perdido, un tiempo que no tiene por qué ser agradable, ni siquiera digno de recuerdo. Habla de los errores pequeños que nos van llevando en la vida y que final nos hacen sentir que, pese a la juventud, ya somos viejos, y vivimos en un presente calcificado. Ante esa situación, sólo queda volver a recordar lo bueno y lo malo del pasado. Regodearnos en la desgracias, porque es la única manera de intentarnos aferrar a la esperanza de que aún algo vuelva a cambiar.

Los personajes de Nina también expresan sus objetivos, sus tramas, lo que desean y la manera para conseguirlo. Eso supondría llegar a la traición. No lo hacen. Se quedan detenidos en ese pasado inmovilizado, en ese cristal de tiempo que los ha atrapado. No hay futuro para los personajes, porque ni siquiera tienen presente. Y no lo tienen porque son incapaces de traicionar: traicionar es cambiar al otro. Por no querer ser malos, los personajes se condenan a su egoísmo. Sólo queda compartir la autodestrucción, o dejar pasar el tiempo.

Nina parte del monólogo del personaje homónimo del cuarto acto de La Gaviota de Chéjov, y lo amplía. Es una dramaturgia de la cita, y sobre esa cita, para traerla a nuestro tiempo, acumula citas mediáticas por las que el espectador reconstruye espacio y tiempo. Sobre ese intertexto, los personajes al final son muñecos a los cuales las circunstancias dadas les ha llegado a romper.

En este montaje el pasado se ha borrado en las fotografías que Esteban, el personaje mayor que comprende la situación y quiere jugarla a su favor, arroja a la escena. Ésa es la auténtica escenografía de este montaje. Imágenes en blanco que los personajes llenan con sus lamentos. Nina, Muriel Sánchez, es un animal acosado. Asustada, con miedo del contacto físico, espía lo que fue su pasado y lo que la destruyó. No quiere mantener más relación con el espacio al que ha retornado. Lo que ha visto en ese espacio incestuoso ya es mucho. El encuentro, forzado por Esteban, con Blas, la hace deslizarse a un carrusel de emociones y sentimientos en contraste. Muriel Sánchez se sube a esa montaña rusa en la que en su fragilidad crea una épica del dolor. José Bustos, en un registro más contenido, la da la réplica y forja, gracias al deseo del espectador, la ilusión de una relación nueva. Pero nada les ató en el pasado, y pese al encargo de Esteban, pese a la relación viciosa de la esposa de Blas, nada les relacionó en el pasado. Son agua y aceite: resbalan el uno en el otro y no se van a mezclar. Ante las explosiones emocionales, el derroche de vida y dolor que nos ofrece Muriel Sánchez, José Bustos como Blas intenta ofrecer un sostén que el mismo no puede asumir. Puede que sea algo que está ya de inicio en el personaje, no toma la decisión de entregarse a la misma autodestrucción de Nina, que él vive de forma callada día a día, o de intentar sofocar ese llanto inmenso de la mujer con algo más que palabras: con acciones.
Nina, resplandeciente, se acabará yendo, sabemos que a buscar su fin, que es seguir viviendo sin sentido. Blas rechaza irse con ella, no va a luchar por ella, pero tampoco lo hará por aquello que le queda en su casa: una mujer que por huirle se ha convertido en adúltera, un hijo que él abandona todas las noches. Esteban, que empezó tirando imágenes vacías al suelo, al comprobar que su estrategia para que Blas utilizara como una pieza a Nina para poder recuperar a su mujer, comprendiendo que su compañero, el hijo de María y Blas acabará siendo presa de la soledad e ignorándole a él en sus únicas escapadas de la realidad, los momentos en que el viejo comparte la barca de pesca con el niño (mucha trama no desarrollada, ¿no?), acaba siendo presa de las imágenes. Repite imágenes ajenas, las últimas visiones de Chet Baker, moviéndolas sobre la pantalla como si fueran series de notas sin ningún armazón que las sostenga. Igual que nada ya sostiene el devenir de ninguno de los personajes. Sólo el vicio y el vacío de sobrevivir un día y otro día y otro día…

RAÚL HERNÁNDEZ GARRIDO

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