TITO ANDRÓNICO. LA ESPIRAL DE LA CRUELDAD

TITO ANDRÓNICO

Una coproducción de: 65 Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida y Teatro del Noctámbulo

Intérpretes: José Vicente Moirón (Tito Andrónico), Alberto Barahona (Lucio/ Quinto), Carmen Mayordomo (Tamora), Alberto Lucero (Quirón), José F. Ramos (Demetrio), Quino Díez (Marco Andrónico/ Godo), Lucía Fuengallego (Lavinia), Gabriel Moreno (Saturnino), Jorge Machín (Alarbo /Basiano /Marcio / Emilio), Guillermo Serrano (Mucio/Aarón)
Versión: Nando López
Dirección: Antonio C. Guijosa

ESPIRAL DE CRUELDAD

Son muchas las dudas que plantea el texto de Titus Andronicus y su relación con el legado shakesperiano. Tantas como para haber sido repudiada por los estudiosos a lo largo de los siglos, desde Samuel Johnson hasta T. S. Elliot. Tantas como para que Harold Bloom lo considerase, no una tragedia “seria”, sino una parodia exagerada en la que Shakespeare se burlaba de un género teatral muy extendido en su época, el de la tragedia de venganza colmada de actos luctuosos. Algunos apuntan incluso a que Shakespeare hacía diana en su competidor Marlowe con estos supuestos dardos irónicos. Otros, atribuyen esa tosquedad de la obra a ser Titus Andronicus el primer intento del dramaturgo por escribir una tragedia, más allá de Las tres partes de la vida de King Henry VI. La obra se estrenó en 1593, con un Shakespeare a punto de cumplir los treinta años.

Hay quien duda de su autoría, atribuyéndosela a Thomas Kidd, autor de The Spanish Tragedy, otra tragedia sangrienta de horrores; muchos más se la atribuyen al autor y empresario George Peele. El trabajo de Shakespeare se habría limitado a hacer ligeros añadidos y retoques en la obra.

Pese a ese rechazo y a esas dudas, Titus Andronicus fue un éxito tan contundente como repetido en vida de Shakespeare. No se puede negar esa acumulación exagerada de lances patéticos y hechos luctuosos en la obra; ese regodeo mórbido que anticipa el Grand Guignol. E innegable es ese maniqueísmo tan poco habitual en Shakespeare, que siempre juega en sus caracteres a un claroscuro, aunque sea muy contrastado. Ni, lo que es más grave, la ceguera de los personajes a lo largo de la trama a no ver intenciones peligrosas y evidentes en sus antagonistas; lo cual lleva a que la tragedia circule con una fluida torpeza y con cierta incongruencia que, unida a lo horrísono de la trama, llama a lo grotesco. Pero junto a esto, hay situaciones espléndidas, una reflexión de gran calado acerca de la maldad, que llega hasta esa escena tan ilógica, poco justificada dramáticamente como tan atractiva —y tan cervantina, en ese juego en el que el engaño al loco sitúa a los burladores en la insensatez y al burlado en la mayor lucidez—, en que no tenemos una personificación de la Venganza, sino una representación de ella por parte de la perversa malvada:

“Soy Venganza, enviada del reino infernal para aliviar el buitre carroñero de tu mente, a lanzar venganzas devastadoras contra tus enemigos: baja y dame la bienvenida a la luz de éste mundo; conferencia conmigo sobre asesinos y de muertes. No existe cueva hueca alguna o lugar siniestro, ni oscuridad vasta o velos de niebla, donde el sangriento asesinato o la detestable violación puedan esconderse por temor, pero los encontraré, y a sus oídos les diré mi tenebroso nombre, Venganza, que al podrido ofensor hace temblar.”

Además hay dos puntos que subyugan de esta obra. Uno, su rotundidad. No hay ningún momento de alivio, y todo avanza por lo insoportable, sin ningún tipo de concesión al espectador. Y otro, el más llamativo, es que en ella está el embrión de demasiados shakespeares posteriores. Nadie puede discutir la relación de Tito con Lear. Y que en la obra se muestra la absoluta repulsión que causa la generación, la perpetuación de padres a hijos, como en King Lear; o el deseo, como en Macbeth; o la misma existencia, como en Hamlet. Y también tenemos en Aaron, moro de nombre judío, un antecedente de Shylock, el mercader de Venecia. Ambos sufren el rechazo por ser diferentes, y su acción es una venganza contra esa cruel arbitrariedad racista. También está la maldad del futuro Yago de Othello, y su capacidad de tramar sin ningún motivo personal una conspiración que lleve a la aniquilación de aquellos a los que odia. O ese final de muertes encadenadas presente en Hamlet. O la restitución de la sucesión rota por la tragedia y la maldad del poder, y que debe acudir a los enemigos del Estado para reinstaurarse, como en Macbeth o Richard III.

La crueldad en Titus Andronicus está ligada a la Ley. Los personajes se ven ligados a esa Ley, sin atender a que es implacable, y esa asociación acaba con ellos, tanto con los que vemos como personajes positivos, con las víctimas, como con los verdugos. Porque en este caso, y esto es algo que rompe el maniqueísmo tremendo de la obra, verdugos y víctimas no son categorías estables, sino alternantes, y la arbitrariedad del Poder es capaz de trastocar una y otra vez los términos de esta inecuación.

Lo mejor del montaje de Teatro del Noctámbulo es su monumentalidad, aún fuera del entorno de Mérida, y esos momentos por parte de Guijosa de manejo del espacio en que juega a aislar a los personajes y dar una apariencia impoluta a la escena, con esa gran carga de distanciamiento con respecto a la brutalidad de los hechos luctuosos presentes en la escena. La estupenda iluminación de Carlos Cremades, junto a una escenografía muy sintética de Juan Sebastián Domínguez, recrean la grandeza y ominosidad del túmulo, con un espacio muy cercano a las propuestas tan estimulantes de Adolphe Appia.

Sin embargo, hay en el montaje una tensión entre esa cruel solemnidad, en donde se da un gran acierto, y un desvío hacia lo grotesco a través de la parodia. Eso crea muchas tensiones en la propuesta, y se ven en lo interpretativo en la disparidad de registros de los dos grandes protagonistas de esta puesta en escena, José Vicente Moirón como Tito Andrónico y Carmen Mayordomo  como Tamora. Quizá un punto de equilibrio entre estos dos conceptos hubiera sido muy positivo, y quizá la elección de un único registro hubiera hecho relucir más ese trabajo sobre lo humano de la trama y los personajes que recalca el director. Nando López firma una adaptación que respeta mucho el curso de la obra original, aunque quizá la grandeza que de vez en cuando aparece en el lenguaje de esta queda aquí convertida en pomposidad retórica —y no dudo de que los cortes hayan pretendido aliviar el peso de lo discursivo—. Reduce personajes, elimina a Lucio niño, que creaba un contrapunto inesperado con el viejo, senil y acabado Tito en la obra original. Entre los pocos momentos suprimidos, está todo lo relativo al bastardo mulato que Tamora da a luz, fruto de su relación adúltera con Araon, así como la crueldad de la madre para que el padre se deshaga de ese vástago que la pone en evidencia.

Teatro del Noctámbulo demuestra su capacidad para crear un gran espectáculo, que se sigue con interés sin importar a su extensa duración.

RAÚL HERNÁNDEZ GARRIDO

TITO ANDRÓNICO, SEGÚN LÓPEZ Y GUIJOSA

Tras diez años de guerra, Tito Andrónico regresa al fin a Roma, victorioso y con la reina goda Tamora y sus tres vástagos como prisioneros. Después de sacrificar, tal y como ordenan los ritos sagrados, al mayor de ellos, Tito solo aspira a buscar tranquilidad y reposo, pues bajo su duro gesto de general triunfante, vive también

un hombre con el alma fatigada por la dureza de la contienda y la temprana muerte de la mayoría de sus hijos. Solo cinco quedan a su lado y, entre todos ellos, no puede disimular su devoción por Lavinia, en quien ve la esperanza de un futuro que quizá pueda escapar a la violencia que lo ha acompañado a lo largo de su vida.

Poco durará, sin embargo, la calma: enseguida se verá obligado a interceder en las intrigas políticas entre Basiano y Saturnino, dos hermanos enfrentados por su derecho a la corona del Imperio. El voto de Tito a favor de Saturnino precipitará una cadena fatal de hechos que convergerán, siempre, en un instinto tan universal como peligroso: la venganza.

Tito Andrónico no es una obra inofensiva. Se dice que es la más violenta, la más brutal de Shakespeare. Lo es sin duda desde el punto de vista numérico: hay multitud de asesinatos, hay mutilaciones y también hay una violación. Pero lo que hace fascinante este texto no son los actos violentos, sino los mecanismos que llevan a esa violencia y la medida en la que se ejerce.

Cómo sus personajes, independientemente de sus motivaciones (o justificaciones), utilizan la violencia en el mayor grado que su ingenio y su circunstancia les permiten. ¿Por qué no se detienen? ¿Por qué no buscan un mecanismo de justicia? Tal vez sea porque su dolor personal les hace perder la perspectiva, o tal vez haya un instinto más oscuro. Tal vez infligen todo ese dolor porque pueden.

NANDO LÓPEZ

Tito Andrónico vuelve victorioso a Roma tras una larga guerra. Y, conforme a lo que exige su religión, sacrifica al primogénito de Tamora, la reina vencida. Obedece los preceptos de la religión como luego obedecerá las leyes romanas o las leyes naturales. Y

ese será un error fatal.

Álzate, reina. Y perdóname por aquello que no puedo cambiar.

Pero sí podía cambiarlo. Y deseará haberlo hecho. Ahí está la

primera tragedia contenida en Tito Andrónico: la de la lealtad ciega.

También Tamora tendrá la oportunidad de detener la rueda. No lo hará y sus acciones dan lugar a la segunda parte: la venganza.

Mi objetivo al dirigir esta función era que lo humano de los personajes fuera tan visible como la crueldad de sus acciones.

Hemos buscado mucho y hemos encontrado humanidad en el honor de la lealtad y en la dignidad de rebelarse ante lo que se cree injusto; en el impulso de venganza y en la compasión ante el dolor ajeno; en las mentiras dichas para proteger y en las verdades pronunciadas para herir; en la arrogancia, la inteligencia, el humor, la simpleza, en las dudas y en la incapacidad…
Tito Andrónico es una obra atravesada de violencia, y terriblemente humana.

ANTONIO C. GUIJOSA

NOTA DE PRENSA

SHAKESPEARE Y TEATRO DEL NOCTÁMBULO

No es la primera vez que Teatro del Noctámbulo se enfrenta a Shakespeare. Esta compañía extremeña, que fundaron en 1994 los actores Leandro Rey y José Vicente Moirón, ya puso en pie, en 1999, El Sueño de una noche de verano para el Festival de Teatro Clásico de Mérida, en una coproducción con La Estampa que dirigió Denis Rafter; en 2008, estrenó Sólo Hamlet solo, una poética e innovadora adaptación de Miguel Murillo con dirección de Jesús Manchón; y en 2019 clausuró el 65 Festival de Mérida con la versión de Tito Andrónico que ahora se estrena en la Comunidad de Madrid, entre el 27 y el 31 de enero, en la Sala Roja de los Teatros del Canal, y que resultó candidata a Mejor Espectáculo Teatral 2019 en los XXXVI Premios Ercilla de Teatro.

Antonio C. Guijosa, que ya dirigió a Teatro del Noctámbulo en Contra la democracia, está al frente de este intenso montaje que parte de una versión de Nando Lópezde la obra Shakespeare. Fue la primera tragedia del autor inglés, la escribió en 1593 y se ambienta en los últimos años del Imperio Romano, para narrar la historia de un personaje ficticio: Tito Andrónico, un legado (general) del ejército romano que regresa victorioso de una larga guerra contra los godos del Norte.

La obra más brutal

Guijosa destaca, de Tito Andrónico, que se dice “que es la obra más violenta, la más brutal de Shakespeare”, y, que si bien lo es “desde el punto de vista numérico: hay multitud de asesinatos, hay mutilaciones y también hay una violación”, lo que hace fascinante el texto “son los mecanismos que llevan a esa violencia y la medida en la que se ejerce”, y cómo los personajes, «independientemente de sus motivaciones (o justificaciones), utilizan la violencia en el mayor grado que su ingenio y su circunstancia les permiten”.

Así, el director de este montaje de trece actores, que tiene a José Vicente Moirón y Carmen Mayordomo en los papeles principales, se pregunta por qué los personajes no se detienen en sus actos: “¿Por qué no buscan un mecanismo de justicia?”. Y valora que “tal vez sea porque su dolor personal les hace perder la perspectiva, o tal vez haya un instinto más oscuro. Tal vez infligen todo ese dolor porque pueden”. Nos pregunta, en definitiva, hasta dónde llegaríamos si nos dejáramos llevar por el instinto violento.

FICHA TÉCNICA

País: España
Idioma: Español
Duración: 2h 45min (con intermedio de 20min incluido)

Intérpretes: José Vicente Moirón (Tito Andrónico), Alberto Barahona (Lucio/ Quinto), Carmen Mayordomo (Tamora), Alberto Lucero (Quirón), José F. Ramos (Demetrio), Quino Díez (Marco Andrónico/ Godo), Lucía Fuengallego (Lavinia), Gabriel Moreno (Saturnino), Jorge Machín (Alarbo /Basiano /Marcio / Emilio), Guillermo Serrano (Mucio/Aarón)
Versión: Nando López
Composición Musical: Antoni M. March
Diseño de vestuario: Rafael Garrigós
Diseño de iluminación: Carlos Cremades
Caracterización y maquillaje: Pepa Casado
Diseño de escenografía: Juan Sebastián Domínguez
Ambientación: Mikelo
Ayudante de dirección: Pedro Luis López Bellot
Producción ejecutiva: Isabel Montesinos
Dirección: Antonio C. Guijosa

Distribución: Mara Bonilla mara.bonilla@gmail.com
Colaboran: Delta Café, Teatro López de Ayala, Palacio de Congresos de Badajoz Manuel Rojas
Una coproducción de: 65 Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida y Teatro del Noctámbulo

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