GLORIANA EN EL TEATRO REAL: GLORIA DE REINA, MISERIA DE MUJER

GLORIANA, DE BENJAMÍN BRITTEN
TEATRO REAL

 

Gloriana se estrena en el Teatro Real, arrostrando una leyenda de obra maldita por las circunstancias de su estreno. Compuesta como homenaje a Elizabeth II con ocasión de su coronación, fue para Britten la oportunidad de crear una ópera que definiera a Inglaterra, de lograr una obra emblemática nacional. Y lo hace utilizando la figura central de Elizabeth I, la gran reina, homónima de la joven coronada, Elizabeth II. Britten pretende así honrar a la nueva reina con una obra paradigmática, no con una ópera pomposa o que acompañe un momento solemne o con el retrato complaciente y adulatorio de Elizabeth I augurando así un paralelismo con la jovencísima nueva monarca. Britten quería crear un hito musical y que ese hito acompañara el de la coronación de Elizabeth II.

Sin embargo, el retrato que Britten y su libretista William Plomer hacen de la Reina Virgen es un retrato que prescinde de un encorsetado retrato bidimensional y en el que interesa mostrar dos grandes contradicciones: una la que existe entre la figura ungida por la institución más sagrada y los deseos, odios y envidias que a todos por ser humanos nos sacuden; y otro paralelo, el de la que ya ha logrado convertirse en símbolo y vive la decadencia de su carne. La quiebra que existe entre la oscuridad de la carne y el esplendor de la Gloria. Gloriana, la mujer que encarga la gloria, acaba viviéndose solo como mujer. Condenar a muerte a aquél al que ama, a aquél al que ha sentenciado precisamente con una mandato glorioso que se sabe que él no va a poder afrontar, porque vive del engaño y la adulación, es para Gloriana denunciar la mentira que vive y liberarse de eso que más le duele, de su carne, de su decadencia. El dolor atraviesa a esta triste mujer, que ya, renunciando a la única posibilidad que le daría felicidad, asume el vivir en muerte para convertirse en emblema de un país que con ella se convierte en potencia, en pugna con el Imperio español.

¿Fue este el legado que Britten quería ofrecer a la joven reina? ¿Era una advertencia, un consejo bienintencionado de no renunciar a la vida, por encima de la pompa de ser Reina de Inglatera, Escocia e Irlanda y Emperadora de la India? Podríamos aventurar otra interpretación más maliciosa, dado que el gran Peter Peers, la pareja de Britten, era el tenor que incorporaba al contradictorio y atractivo Essex, y entonces veríamos en escena otro enfrentamiento, el de la posesión del ser amado, en pugna entre el favor de la reina y la entrega a la música. Gloriana como significante se desplaza entonces a otro lugar, a una zona de incertidumbre en que el arte se atreve a mirar cara a cara al poder, justo en el momento en el que el poder se instituye a sí mismo… ¿Dónde está ahora la gloria, en la corona o en lo intagible de la creación? ¿Quién es aquí Gloriana, quién es la reina, Elizabeth o Britten?

De una manera u otra, y pese a la apabullante música de Britten y la gran construcción del personaje de Elizabeth I por Plomer (más objetable sería la estructura dramática del libreto, pese a las grandes escenas y momentos que logra), esta ópera se convirtió en algo realmente infausto y digno de olvido. No le valieron ni la viveza de su comienzo, ni la magistral tenebrosidad de su final, ni siquiera la brillantez de las dos arias de laúd interpretadas por Essex, la segunda de las cuales, que tanto remite al Lachrimae de Dowland, es luego revertida como macabro dúo de amor al borde de una muerte impuesta, de despedida brutal, en el acto III, entre Elizabeth y Essex; ni la alegría de la mascarada del II acto. Cuestiones como el ver a la reina robando el vestido a la esposa de Essex y vestirse con él, en un acto de venganza que anticipa la condena final, o de ese coro que se lamenta de lo que es el reinado de un monarca con faldas, o el del pueblo llano apoyando un golpe de Estado en toda regla… es más de lo que una corte desea que su reina recién ungida vea.

Y sin embargo, Gloriana es la ópera perfecta. Siendo una partitura irreprochable y nada objetable desde el punto de vista de lo contemporáneo, también es música agradable para el espectador más cómodo. El enfrentamiento entre poder y deseo es un tema querido tanto por un público amplio como por el más riguroso crítico. Y además, la excusa perfecta para mostrar la magnificencia, otras veces tan discutibles en la ópera: grandes decorados, un vestuario espectacular, tocados y maquillaje cuidado, ofrecer al cuerpo de baile unas escenas completamente justificadas y que poseen tanto el gusto por su vistosidad como el interés de mostrar una reconstrucción histórica; dar al coro, e incluso al coro de voces blancas y a la presencia de músicos en escena, una razón para existir y brillar. Brillante es esta ópera, y el Teatro Real, con la ENO y la Vlaamse Opera así nos la ofrecen. La escenografía de Robert Jones y la dirección escénica de David McVicar no incumplen ningún principio de ofrecer un gran espectáculo, y lo logran además con una capacidad de concentración, limpieza y justeza pasmosa. Cada elemento está medido y no sobra nada en esta producción, grande y al mismo tiempo esencial.
El decorado es una esfera armilar que en su base representa la rosa de los vientos, mientras que los aros que conforman el movimiento de los cuerpos celestas son tres arcos concéntricos que constituyen la cúpula del imperio ilusorio de Elizabeth I. La esfera central se ve desplazada, fuera de la esfera, fuera de esa cúpula de gloria, y dividida en dos esferas, una mayor que la otra, que representan la escisión de Gloriana. Los tres anillos de la base de la corona de los vientos se descentran y desorientan, y se convierten en un camino sinuoso para la protagonista.
Justamente, cuando las cosas están donde deberían estar, el centro de la esfera lo ocupa la reina, convertida en motivo de ser del universo, y cuando lo hace de propia ley, el centro se proyecta y gira, y eso anima el mecanismo del imperio de Elizabeth I, tan ambicioso como para arrancarle de un zarpazo el mundo al león español, tan imponente como para hacer convertirse en motor del cosmos, tan benévolo como para darle al pueblo una lugar privilegiado como esfera que rodea, una esfera en la que está protegido por la gloria real y que al mismo tiempo ampara a su reina.
Un centro que sin embargo no se sostiene por la que es la contradicción de Elizabeth I como ser humano, capaz de unirse en una danza con sus súbditos, pero también de ultrajar a uno de ellos por celos y envidia. Un centro que Essex se atreve a usurpar. Y un centro que se convertirá en silla que soporte el peso humano de la reina (literalmente, el peso del trasero de la reina), que finalmente será mesa donde se firmará la sentencia del favorito y de esa manera, la sentencia de la reina que tuvo que ser.

Muchas cosas destacan en esta producción, aparte de este inteligente equilibrio entre lo magnífico y lo proporcionado. Escenas como la de la intimidad de Essex y Elizabeth I, el ultraje a la condesa de Essex, el nombramiento de Essex como capitán contra los rebeldes irlandeses, la mascarada del acto II y sobre todo, el momento en que Essex, ya declinando su triste fortuna, se atreve a desvelar a la Reina como una pobre anciana, descubriendo lo que la gloria esconde: el cuerpo en su decadencia. Aparte del impecable trabajo del coro y de la brillantez de la orquesta, así como de la gran fuerza de su elenco, destaca de forma impresionante el trabajo de Anna Caterina Antonacci como Gloriana. Todo un papel para la historia.

RAÚL HERNÁNDEZ GARRIDO

 

 

 

GRABACIÓN SONORA DEL ESTRENO DE GLORIANA (8 DE JUNIO DE 1953)

 

GLORIANA «EN UN MINUTO»
https://www.youtube.com/watch?v=eciXluJicwM

 

 

JOSÉ LUIS TÉLLEZ HABLA DE GLORIANA

 

 

 

Ópera en tres actos

Música de Benjamin Britten (1913-1976)

Libreto de William Plomer, basado en el libro Elizabeth and Essex: A Tragic History (1928), de Lytton Strachey

Estrenada en la Royal Opera House de Londres, el 8 de junio de 1953

Estreno en el Teatro Real

Nueva producción del Teatro Real, en coproducción con la English National Opera y la Vlaamse Opera

Coro y Orquesta Titulares del Teatro Real
(Coro Intermezzo / Orquesta Sinfónica de Madrid)
Pequeños Cantores de la ORCAM

Punto de partida

Durante sus últimos años como soberana, Isabel I de Inglaterra se sabía una mujer al límite. Hija de Enrique VIII y Ana Bolena, sobre sus hombros seguía pesando la responsabilidad de un reino dividido y de una iglesia independiente de Roma. Detrás del esplendor oficial de su corte se escondía una mujer presa de sus contradicciones, superada por su envejecimiento y traicionada por el hombre que amaba.

Esta dualidad encuentró un certero reflejo en un libreto que mezcla conscientemente prosa y verso, inglés antiguo y moderno. De este contraste entre vida pública y privada nació una ópera que quedó muy lejos de agradar en los ambientes monárquicos británicos por la dureza con que se trataba a la Reina Virgen. Se estimó además poco apropiada para el propósito con que fue escrita, la coronación de su sucesora siglos después, y actual cabeza de Estado, Isabel II. Como consecuencia, a pesar de la unánime valoración de la fuerza dramática de la partitura de Britten, la obra cayó en el olvido hasta su reivindicación décadas más tarde. Gloriana sigue siendo una relativa rareza, y su puesta en valor, una absoluta prioridad.

Duración aproximada

2 horas y 45 minutos
Actos I y II: 1 hora y 20 minutos
Pausa de 25 minutos
Acto II: 1 hora

Ficha Artística

  • Dirección musical: Ivor Bolton
  • Dirección de escena: David McVicar
  • Escenografía: Robert Jones
  • Figurines: Brigitte Reiffenstuel
  • Iluminación: Adam Silverman
  • Coreografía: Colm Seery
  • Dirección del coro: Andrés Máspero
  • Dirección del coro de niños: Ana González
  • – ·
  • Reina Isabel I: Anna Caterina Antonacci (Abr. 12, 14, 16, 18, 22, 24)
    Alexandra Deshorties (Abr. 13, 17, 23)
  • Robert Devereux, conde de Essex: Leonardo Capalbo (Abr. 12, 14, 16, 18, 22, 24)
    David Butt Philip (Abr. 13, 17, 23)
  • Frances, condesa de Essex: Paula Murrihy (Abr. 12, 14, 16, 17, 22, 24)
    Hanna Hipp (Abr. 13, 18, 23)
  • Charles Blount, Lord Mountjoy: Duncan Rock (Abr. 12, 14, 16, 18, 22, 24)
    Gabriel Bermúdez (Abr. 13, 17, 23)
  • Penelope, Lady Rich: Sophie Bevan (Abr. 12, 14, 16, 18, 22, 24)
    Maria Miró (Abr. 13, 17, 23)
  • Sir Robert Cecil: Leigh Melrose (Abr. 12, 14, 16, 18, 22, 24)
    Charles Rice (Abr. 13, 17, 23)
  • Sir Walter Raleigh: David Soar (Abr. 12, 14, 16, 18, 22, 24)
    David Steffens (Abr. 13, 17, 23)
  • Henry Cuffe: Benedict Nelson
  • Una dama de compañía: Elena Copons
  • Un cantante de baladas ciego: James Creswell
  • El notario de Norwich: Scott Wilde
  • Un ama de casa: Itxaro Mentxaka
  • El espíritu de la máscara: Sam Furness
  • El maestro de ceremonias: Gerardo López
  • El pregonero: Àlex Sanmartí

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