LUCÍA CARBALLAL: RESISTENCIA Y LÓGICA LITERARIA

CRÍTICA.

LA RESISTENCIA.

Texto: Lucía Carballal

Dirección: Israel Elejalde

Intérpretes:

Mar Sodupe

Francesc Garrido

El espacio en que se sitúa La resistencia representa un restaurante que bascula entre lo clásico y lo moderno. Un restaurante de esos que se ponen de moda. Un restaurante ya cerrado, ya vacío de clientes. Una mampara separa el comedor, lleno de mesas y sillas de madera, absolutamente clásicas, de la barra del bar, una barra decorada con una esquinera con botellas alineadas de colores, como una vidriera posmoderna.

Sobre el fondo del comedor, se proyectan imágenes de un espacio doméstico extrañamente aséptico. Salones, ventanales, un dormitorio, una mujer sentada mirando a cámara.

Dos personajes en escena. Un hombre que raya los sesenta, que se acerca a la senectud. Una mujer que hasta hace poco podría considerarse joven, que aún podría considerarse atractiva, y aún sigue luchando por no perder eso que se suelen llevar el final de los 40.

Dos personajes en escena pero realmente es La resistencia es la historia de tres escritores. David, con 55 años,  un escritor considerado, un escritor que tuvo un primer éxito que eclipsó el resto de su obra posterior. Un escritor exquisito. Ahora, vuelve a estar en las listas de ventas y críticas gracias a una novela en la que narra su encuentro, hace 10 años, exactamente desde la página 27 de su obra, con Mónica, con la que ahora, tras su reciente divorcio, convive.

Mónica tiene 47 años. Cuando conoció a David, sirviéndole en su restaurante, lo primero que hizo fue contarle el argumento de una novela que ella estaba escribiendo. Admira a David como escritor. Y ella ha obtenido un éxito fulgurante, con una novela de épica romántica tras otra. Pero ese éxito está lastrado tal vez por la admiración a David, por el amor a la literatura pura, si eso existe. Sus novelas venden mucho más que las de David. Ella trabaja la página hasta agotarla. Pero siente que aún no ha escrito la novela que la auparía a ese olimpo deseado, el de la literatura, y sirve novelas como si fueran menús. Siente que David nunca se ha sincerado con ella, que no la aprecia como escritora.

El tercer personaje es Ray, 25 años, becario de la editorial donde publica Mónica. Otro sacerdote autoerigido de la literatura, que hace informes editoriales, que se atreve a juzgar a otros escritores, al trabajo de otros con más talento y experiencia, como replica indignado David, y a través de la autoficción tan de moda hoy, ha creado una novela en la que Mónica, con la que comparte paseos en el parque y tés verdes, queda retratada de forma ambigua,  mostrándose atraido por ella pero al mismo tiempo juzgándola, con la superioridad propia de un bisoño, como alguien que nunca llegará a escribir nada serio.

La atracción entre ambos nace de la lógica literaria, igual que el que David sea amante de Mónica o el que Mónica revise su novela como si revisara las cuentas de su restaurante —o viceversa— como vemos en la acción en que arranca el espectáculo. La lógica literaria nos habla de las habituales fobias y filias del/a escritor/a. La lógica literaria nos marca la forma de los personajes de relacionarse con los demás, sus comentarios sardónicos. Sus aspiraciones secretas. Sus desprecios convertidos en epigramas. Su forma de verse a sí mismo, sus autocompasiones. Su manera en cerrar la trama con una inquisición de práctica literaria, qué nombre elegir para una novela (en este caso, la de Mónica), que se convierte en una reflexión casi silogística entre la forma en que ellos se ven así mismos y cómo quedan retratados sobre el papel impreso. La lógica literaria nos hace ver que Mónica es el personaje víctima de estas dos relaciones definitivamente toxicas y por lógica literaria sabemos que acabarán en fracaso, remordimiento, reencuentro fugaz en un futuro, en nada. Aunque realmente no sea así, aunque ella sea tan vícitima y tan culpable como los hombres entre los cuales se siente cercada. Ciertamente, nos encontramos ante tres personajes que pese a las diferencias que por lógica literaria pudieran tener, no dejan de ser el mismo y sus circunstancias (palabra propia de la lógica literaria).

La resistencia es una obra sobre las entrelíneas de lo que se lee, sobre eso que Borges tan bien escribió en El otro Borges. La manera en que una persona se vuelve otra cosa al ser tocado por la literatura, llamemos a esto ansia de eternidad o industria editorial. En como el cruzar vida social y literatura lleva al fracaso de la experiencia vital. Pero esto no deja de ser otro tópico, otra cuestión de lógica literaria.

¿Podrían tener otra profesión los personajes La resistencia? No… como mucho, quizá lo que más se acercarían serían los actores, por lógica teatral. En el caso del escritor, tenemos el cinismo y la hipocresía heredada de la máxima de Stendhal: convertirse en espejo de la realidad, con lo cual el otro siempre se va a ver a así mismo en los escritos y retratos que el escritor haga de uno, irreconocible como en los espejos reclamados por Valle: tan deformados pero tan reales, que simplemente uno se repugna a sí mismo y acaba reconociendo que nunca podrá amar, que nunca podrá ser libre para vivir.

La resistencia es un montaje sólido llevado con mano firme por Israel Elejalde, con limpieza, pulso, ritmo y ahondando en múltiples niveles de lectura. Es una gran oportunidad para sus dos intérpretes, Mar Sodupe y Francesc Garrido. Mar Sodupe jugando con la supuesta seguridad de un personaje que ha tomado decisiones cardinales, aunque al final se reconocerá tan expuesta a la duda como todos. Francesc Garrido pasa del engolamiento del académico al que siente que todo lo que ha hecho vale para poco, o si no, que debería elegir entre defender su orgullo literario para no reconocer que se ha equivocado, que el otro puede ver de muy diferente manera lo que él considera un acto de devoción y que no dejaría de ser una engreída autoafirmación ególatra. En el diálogo en el que se juegan su orgullo literario contra su vida en común es donde sus interpretaciones, como el texto mismo, despunta.

Estos son los conflictos en los que se mueven estos actores y cuya solución, por lógica literaria, conocemos tan bien. Los puntos suspensivos que sólo llevan a la incapacidad de relacionarse con el otro, que sólo llevan a la soledad.

RAÚL HERNÁNDEZ GARRIDO

Programa de mano:

Entrevista con LUCÍA CARBALLAL

«Al plantear un proyecto nuevo, siempre me pregunto cuál es mi vinculación con lo que estoy contando, desde dónde lo estoy contando, por qué debo ser yo quien lo cuente. Es ahí donde encuentro el impulso: lo que ya no se puede parar».

Lucía Carballal (1984) ha escrito, hasta la fecha, ocho obras de teatro. Destacamos el estreno de sus tres últimos textos: A España no la va a conocer ni la madre que la parió (Festival Russafa Escénica, Valencia, en 2015), coescrito junto a Víctor Sánchez Rodríguez; Los temporales (Teatro María Guerrero, Madrid, en 2016), y Una vida americana (Teatro Palacio Valdés, Avilés, en 2017). El Pavón Teatro Kamikaze le concedió su primera beca de Dramaturgia Contemporánea, fruto de la cual es el texto de la obra que veremos hoy en la Sala Verde de Teatros del Canal. Conversamos con ella y decidimos lanzarle diez preguntas por correo electrónico, una por día…

«Mónica, 47 años. David, 55 años». Así empieza el texto original. Son dos números precisos. Ocho años de diferencia. ¿Qué significan estas dos edades para ti?

Esa edad (en torno a los 50) es, en mi fantasía de treintañera, una edad salvaje en lo profesional: la imagino como un momento en que uno siente que ya ha alcanzado la posición más alta que podía alcanzar, quizá como punto de no retorno, como el momento de echar la vista atrás y preguntarse «¿hasta dónde he llegado?», el momento de aceptar algo que los personajes viven de manera muy distinta. También me parecía una buena edad para hablar desde la ironía.

Entonces, ¿se podría decir que la ironía crece con la edad, como la nariz y las orejas?

Eso sería genial, ¿no? La edad permite sentir que nada es tan grave, incluso ver que hay un fino sentido del humor que recorre cualquier relato vital. Esa distancia irónica me parece maravillosa. Quizá David desearía eso para Mónica, que ella pensase: «Bueno, no he alcanzado lo que quería en esta vida, ¿y qué?», siendo capaz de sonreír ante esa idea. Por su parte, ella no da la batalla por terminada y necesita a un compañero que de verdad crea que puede ganarla, no alguien que relativice la importancia de su combate. La ironía es humor y como tal te protege del dolor, propio y ajeno. Quien la domina puede acercarse a la arrogancia y en el peor de los casos al cinismo.

Dice David con respecto al proceso de escritura de su novela: «Me preocupó… mucho, me quitó el sueño, la radical falta de conflicto que hay en ese libro». ¿Cómo concibes el conflicto en tu texto y en tu obra en general? ¿Te preocupa tanto como a David?

Quizá incluso más que a él. Su novela es probablemente un puro ejercicio de estilo que yo no me permitiría. Sí, cuido mucho el conflicto. Si sé qué está pasando en el fondo del texto, cuál es la verdadera guerra, digamos, y esta me interesa honestamente, entonces siento que podré dejarme llevar más después, es como una inversión en libertad. Se suele identificar a los autores con sus diálogos, pero yo siento que cuando me expongo realmente es planteando el conflicto y el cómo voy a contarlo. Ahí es donde más te muestras, aunque no lo parezca. A mí siempre me ha interesado la técnica, no la disocio de lo creativo, al revés. Cualquier obra es principalmente el diseño genuino de su esqueleto. Los diálogos emergen desde ahí y son el tiroteo de ese conflicto. Para mí una celebración, porque es lo que más disfruto.

¿La trama de La resistencia funcionaría igual si los dos personajes no fueran novelistas?

Para que pudieran medirse el uno al otro, era interesante que tuviesen la misma profesión. La resistencia es un combate entre dos personas que se quieren y, a veces, como en la vida, parece que gana quien más capacidad tiene para manejar el lenguaje.

Pero hay lugares importantes a los que solo se puede entrar desde el estómago, dejando de lado el ingenio, incluso el propio lenguaje y sus trucos. Es difícil pedirle esto a ellos, ambos son escritores. Mónica se planta ante David para decirle: digámoslo todo sin más, aunque eso pueda mandarlo todo al traste. En esa verdad última, en el fondo ruinoso de las cosas, también surge una última sonrisa, de aceptación muy profunda de la realidad, que no sabría cómo denominar, y que quizá es más placentera aún que la sonrisa irónica.
¿El amor es también «un campo de batalla»?

Mi sensación es que, en el amor, la batalla se libra con uno mismo a través del otro. Y también es algo más sencillo: querer y acompañarse sin más.

En la obra se mencionan referencias reales, que acaso sirvan para manejar en la ficción una serie de clichés y opiniones, a veces en grado viperino, como, por ejemplo: «Los editores no tienen tiempo para leer», «Mi teoría es que están tristes, los germanos. De vez en cuando necesitan novelas del sur, como quien se toma un Prozac», o bien: «Si la Feria [de Frankfurt] es escenario de algo, es de la humillación». ¿Cómo te relacionas, como dramaturga, con el mundillo literario?

Hace algunos años trabajé como lectora editorial y posteriormente en una librería, así que pude conocer algo de ese mundo que en realidad no es el mío. Como cualquier otro, tiene luces y sombras. Cuando estoy entre novelistas siento que son corredores de élite: trabajan más solos y son más resistentes que yo. Abordar la escritura de una novela es heroico a mis ojos. Y los editores… claro que leen. Pero Mónica está enfadada con ellos, con la Feria de Frankfurt, con cualquier cosa que le recuerde que ella no está en el lugar que desearía. Por eso habla así.

 

La resistencia se estrena aquí, en los Teatros del Canal, bajo la dirección de Israel Elejalde como director y la interpretación de Francesc Garrido y Mar Sodupe. ¿Participas de alguna forma en el proceso de la puesta en escena?

Desde que escribí el texto, gracias a una beca de El Pavón Teatro Kamikaze, Israel Elejalde y yo hemos tenido infinitas discusiones sobre la obra que nos han convertido en compañeros muy cercanos. Creo que el texto final respira mucho de aquellas conversaciones tan exhaustivas. A partir de ahí, no he interferido en su trabajo escénico, al que me he asomado en los ensayos con mucha curiosidad y admiración, tanto por él como por los actores y el equipo. Disfruto ver cómo trabaja… Maneja muchas capas al mismo tiempo. Su trazo es muy fino y preciso. Lo que más me gusta es que no hace concesiones, va hasta el final.

¿Cuando escribes piensas en un lector o en un espectador?

En el espectador. Y sobre todo pienso en el actor. Un buen actor te enseña a escribir.

¿Temes las críticas? ¿Incluso las buenas?

No realmente… La única crítica que no soportaría sería la que asociase la ideología de mis personajes a la mía.

A Harold Brodkey le preguntaron si escribiría aun no teniendo lectores. Su respuesta fue contundente: «El lenguaje no existe sin público». ¿Estás de acuerdo?

Yo siempre me he empeñado en estrenar porque siento que el trabajo toma sentido ante el público. Pero déjame que piense… Una misma es la primera espectadora de lo que escribe. De hecho, puedes calmarte escribiendo, emocionarte… Te hablas y te transformas con lo que te oyes decir. Yo sí escribiría aun sin público, pero sería menos emocionante.

Diciembre de 2018, Madrid-Segovia

ENTREVISTA REALIZADA POR CARLOS ROD
Para los Teatros del Canal es un honor poder estrenar La resistencia (texto surgido de la beca para autores contemporáneos de El Pavón Teatro Kamikaze) y unir el nombre de Lucía Carballal a la nómina de creadores que conforman la programación. La joven autora madrileña se ha ganado un lugar muy merecido en la dramaturgia actual con títulos como Los temporales, A España no la va a conocer ni la madre que la parió (junto a Víctor Sánchez) o Una vida americana.

Será un estreno absoluto que contará con la dirección de Israel Elejalde, que en cuanto leyó la obra quiso dirigirla, porque, dice Elejalde, “La resistencia es como apretar con fuerza una tiza contra una pizarra. Una disección dolorosa de las dificultades de conciliar ambición y amor. ¿Se puede ser feliz sin sentir la admiración de tu pareja?”.

Los protagonistas son un escritor y una escritora rondando los 50 años, que mantienen una relación en la que está por ver qué lugar ocupan la admiración, el éxito, el paternalismo o el amor. La obra es una conversación nocturna, apasionante y apasionada, que se tensa y se calma como el pecho de una bestia dormida. Cuando parece que viene el rugido, asoma el suspiro. No es que la relación íntima entre artistas sea, por definición, conflictiva, pero en ocasiones una moderada charla intelectual se convierte en una berrea cuando los sentimientos entran en juego. Y esto se complica todavía más cuando aparece la condición parasitaria de ciertos escritores.

Lucía Carballal ha escrito, en definitiva, un face to face entre alguien que vive para novelar y alguien que novela para vivir. Y lo ha hecho con un dominio del tiempo y el espacio que confirma –si es que hacía falta confirmación– su excelencia dramatúrgica.
Texto: Lucía Carballal
Dirección: Israel Elejalde
Ayudante de dirección: Olga Alamán
Intérpretes: Mar Sodupe, Francesc Garrido
Escenografía: Mónica Boromello
Iluminación: Paloma Parra
Vestuario: Sandra Espinosa
Vídeo: Natalia Moreno
Producción Ejecutiva: Pablo Ramos
Ayudante de dirección: Pilar Valenciano
Ayudante de producción: Lucía Díaz-Tejeiro

Coproducción: Buxman Producciones y Teatros del Canal

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