MENTIRA DE LO EVANESCENTE. Notre Innocence, de Wajdi Mouawad

Notre Innocence
Autor: Wajdi Mouawad (Texto y dirección)
(Una mirada al mundo)
Teatro Valle Inclán, CDN

 

El último montaje que visita España de Wajdi Mouawad tiene garra y está diseñado para impactar en el espectador. Con un elenco joven de más de diecisiete personas (quizá no tanto como se pregona que debería ser, con gente más cercana a los 30 que a los 20), con un decorado limpio que consta de un foro neutro que avanza implacable a proscenio, con una pequeña intérprete de 10 años que nos deja noqueados a todos con su fuerza directa y sin pretensiones, la temática de Nuestra inocencia pretende ser un puñetazo en la cara del espectador. Nos quiere hablar (o acusar) de la pérdida de la inocencia de una generación, la gente entre 20 y 30 años, víctimas de una crisis que ha durado tanto como sus vidas, de la traición de las utopías de las generaciones anteriores (realmente, sería de la generación anterior a la anterior, pero en fin…), de unas vidas en marcha ya enervadas por las redes sociales, por la enajenación, el impacto mediático, por la pornografía cotidiana, etc. Los (ya no tan) jóvenes intérpretes nos acusan de la falta de futuro que han heredado y de la muerte prematura. De la sufrida frase emblema del postmodernismo doctrinario: el fin de la historia, no hay nada más después, there´s no future, baby.

En su sencillez dramatúrgica, seis secciones muy bien delimitadas, encabezadas por un título propio, según manda Herr Brecht, y con un diseño escénico muy diferenciado en cada uno, se va desgranando esta obra dramático-ensayística-panfletaria.

Sección uno: un monólogo de una actriz, desde la centralidad de corbata, en el que nos narra el momento en que Mouawad contacta con ella para ser parte del reparto, y nos cuenta en tercera persona, a través de ella, el origen de la obra, sus vaivenes, sus inspiraciones. La anécdota, un suicidio de ficción que sirve para desarrollar un taller de creación dramática que remite al suicidio de un compañero de clase de la juventud del autor y se cierra, sin mayor conexión que la emocional, con el suicidio posterior de una de las actrices. Teatro sobre el teatro sobre la realidad, que se va alejando del escenario para al final ser ignorada en su verdad.

Dos: el resto del elenco, un elenco absolutamente variado (y que se declara como tal, como actores de la obra que -sin declararlo- remiten a los actores con los que Mouawad se supone que creó el texto cinco años antes, actores que hacen de actores) , forma un coro y con un unísono marcado y denunciante, nos impreca acerca de ese mundo perdido que se les ha dejado, sosteniendo una escena de gran fuerza y gran esfuerzo por más de veinte minutos.
Tres: un cambio de vestuario en escena, declarando la teatralidad del montaje, reas el cual los personajes, que se sientan en las sillas del foro, se van adelantando uno a uno a sacudirse en un baile descoordinado, individual y espasmódico, mientras el foro les acorrala al borde del escenario y se ven obligados a saltar. Cuatro: La discusión del elenco, tras la noche de fiesta desenfrenada y cotidiana, de quién era realmente la muerta. Y el surgimiento de la acusación: ¿qué relación pueden tener ellos con el suicidio? Una acusación que les llevaría a crear una culpabilidad que heredarían sus hijos. Y una llamada insólita, la de la muerta, contestada por todos a una llamada a su buzón de voz.
Cinco: la pequeña hija de la muerta, que repite las imprecaciones que los ya no tan jóvenes hacían a sus mayores, que ahora le hace esas imprecaciones a los que antes las hacían, busca a su madre y una serie de personajes fastamáticos le guían en su recorrido, negándose siempre a acompañarla. Hasta que ella llega a su destino: la autopsia de su madre, que revela que conserva el himen y nunca tuvo relaciones sexuales con hombres, la voz de la madre que la condena a una vida sin futuro y a ponerse en manos de sus compañeros… Que aparecen finalmente tras una cortina que vela no ya su presencia, sino la proyección de su presencia: la reunión del elenco. Allí la niña escucha por parte de los actores que ella no existe, que es un fantasma que sólo ha tenido vida en el engaño de la compañera suicida y en sus mentes. La niña se queda sobre un escenario, lugar de la verdad, víctima de la mentira sostenida por una voz. La voz de la que se esconde.

El juego de realidad, ficción y mentira se suma una y otra vez, y desde esa postura es difícil mantener una postura crítica que no esté teñida por la hipocresía. De ello queda la preeminencia del autor, señor de los hilos que mueven a los actores/personajes y que nos quiere llevar ya no a un campo de ilusión, sino de engaño.Los actores/personajes nos increpan, quieren ser libres, se sienten, como intérpretes, apóstoles de la comunicación y la libertad. Pero no hay comunicación en el teatro. Hay muchas cosas, pero nunca comunicación, a no ser que estemos en el campo de la manipulación, lo que no debería hacer el teatro. Y los que se pregonan como libres y nos increpan están dirigidos, recitando como máquinas las palabras impuestas por otro, esclavos de un contrato que en la mayor de la vileza les arrebata incluso la posibilidad de ser individuos diferentes de sus personajes, de no ser simplemente replicantes forzados de palabras marcadas al dictado.

No hay posible construcción dialéctica, aunque se pretenda. Lo que tenemos es un juego paradójico de engaños, de reflejos que se niegan. La verdad, el suicidio de la compañera, la búsqueda de su hija del lugar de la madre y de su propio lugar en el mundo, se nos muestra como los mayores de los fraudes. Todo pende del valor de un virgo en una mesa de quirófano, desvirtuando con una escena tan chusca a Mallarmé y a Freud (y de paso, a Moisés y Juan). La verdad posible, el futuro necesario, es simplemente una estafa, y a esa estafa la dejamos sobre el escenario, colgando del vacío, negándole ya hasta la capacidad de la existencia.

RAÚL HERNÁNDEZ GARRIDO

Resumen

Escrita a medida que se ensayaba, Notre innocence trata sobre la herencia que se ha dejado a esta juventud e intenta cuestionar la confusión que parece ser su suerte, teniendo en el centro una de las grandes inquietudes, que es la responsabilidad frente al futuro: ¿Qué vamos a dejar al mundo que nos sobrevivirá, nosotros que recibimos un mundo tan poco comprensible? ¿Cómo hablar de la realidad cuando esta realidad ya se nos escapa?

Oscilando así entre el deseo de testimoniar y el de contar, Notre innocence, hoy, también es una ficción, la de un grupo confrontado con el suicidio de uno de ellos, la madre de una niña de nueve años. Cómo comprender este gesto y qué gesto poner a la niña para que el futuro se vuelva para ella un horizonte posible.

Lleno de buenas intenciones, el grupo, enfrentado a estos asuntos, deberá afrontar una trampa tan violenta que resultará ser la muerte de la idea que cada uno tenía de sí mismo y de los demás.

Equipo artístico

Producción La Colline–théâtre national

Con la participación artística de Jeune Théâtre National

Con el apoyo de Fonds d’Insertion pour Jeunes Artistes Dramatiques, DRAC y Région Provence-Alpes-Côte d’Azur

 

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