Presentación de «Desterradas», de Marcela Terra

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Marcela Terra, escritora chilena, llegó a Barcelona ya formada como mujer de teatro. Huía de las consecuencias culturales y sociales de la dictadura, a la espera de no encontrarlas también aquí… Nada más llegar a Barcelona sin papeles, fue contratada por una familia con cuatro hijos que le pagaban por cocinar, lavar, planchar y cuidar a los niños 250 euros al mes. Por esos 250 euros también le ofrecieron vivir en el piso, para que no tuviera gasto. De este modo, podría estar disponible para cualquier cosa también por la noche. El marido de esa familia era escritor y cuando Marcela le comentó que ella también escribía, él se negó a ayudarla. El tipo cambió de opinión en cuanto vio el espectáculo de Marcela sobre Cortázar… entonces le ofreció que fuera su negra literaria, pero firmando él. Evidentemente, ella les mandó al garete, pero se encontró con otras situaciones laborales vergonzantes. Con aquella familia, así como en los otros trabajos sin papeles, el trato humano que recibió fue deleznable. Según me ha contado, jamás pensó que se sentiría tan desprotegida en sus derechos. Desterradas fue escrita muy deprisa, hace catorce años, bajo el efecto de la rabia que generó en Marcela Terra estos indignantes episodios.

Desterradas coge cuatro momentos, en los que se vulneran los derechos humanos y los plasma con crudeza. La acción de la obra es inexistente, porque en el universo de Marcela no existe acción posible más allá de lo devastador del dolor de la acción ya acometida. De ese dolor nacen dos cosas: la constatación frontal de los hechos y la poesía. Estas dos fuerzas literarias construyen una paradoja, gracias a la cual la obra expresa a un tiempo la fragilidad y el poder que les confiere a los personajes el contar lo que les ha ocurrido.

La frontalidad de los hechos permite que la obra no caiga en la victimización de los personajes, incluso a pesar de tener una estructura que expone cuatro ejemplos a lo largo del mundo, en los que se vulneran los derechos humanos.

La poesía no nace en esta obra como una compensación ni como un endulzamiento. Al contrario, en Marcela Terra, la poesía, a través de los mecanismos propios de esta como son el poner en relación cosas cuyo vínculo es invisible, recorre todas las reverberaciones del instante de dolor que retrata. Gracias a su fuerza sintética, el lenguaje metafórico de esta pieza crea un paisaje asociativo, en donde todas las resonancias del dolor se hacen visibles. Cada monólogo es un cuerpo vivo y doliente en el que las distintas partes no sufren separadas entre sí, sino que vibran interconectadas gracias a lo implacable de las imágenes. Imágenes que sintetizan y expresan cada matiz emocional de ese dolor.

El tiempo se suspende en ese estado doloroso; en lugar del tiempo, prolifera el verbo: los personajes hablan para tenernos cerca. Son “las flores de la lepra”, como decía Marguerite Duras, autora que Marcela Terra admira y a la que le dedicó otra excelente pieza, La espera, a partir, precisamente, de la historia que Duras narra en el libro titulado El dolor.

De hecho, las mujeres de Desterradas a menudo ni siquiera cuentan lo ocurrido, más bien expresan lo que ha causado en ellas lo ocurrido. Por ello, son más una sombra que un personaje, más un harmónico que una nota, más el silencio que sigue a la acción que la acción misma, más lo que queda de la persona tras la vulneración de su dignidad, que una persona, y a la vez, son más una persona que un personaje teatral.

Marcela Terra es una dramaturga completa. Por un lado, es también directora de teatro, por lo que concibe el texto como una partitura escénicamente eficaz. Sin embargo, se diferencia gratamente de otros autores de teatro en una capacidad que, por sorprendente que parezca, parece haber quedado en desuso o ser incluso despreciada: Marcela Terra escribe frases magníficas.

Frases como:

“Casi me ahogué, porque quería gritar que había nacido.”

O

“Era un viaje entre las tribus, yo seguía un rayo de sol que corría deprisa entre los árboles, que hacía crujir las hojas.”

O

“Tus manitas son blandas y su sabor dulce cuando las muerdo.”

O

“Todos los dolores son nuevos, como si fuese otro mi cuerpo.”

O

“Trago con facilidad, me siento feliz de ser tu pequeño sol.”

Frases como estas me parecen el teatro en sí mismo, porque estas flores carnívoras atrapan la emoción del espectador y la vinculan a una imagen. No solo devuelven al teatro a su dimensión literaria, que históricamente jamás ha estado en pugna con lo teatral hasta ahora, sino que tensan el escenario. Estas frases nacen del corazón de la situación y tensan la relación entre el espectador y la obra y entre la obra y el padecimiento de los hechos reales que hay detrás de esta; con estas frases, que parecen sogas, uno atraviesa estos tres niveles al unísono, verticalmente.

En los cursos de escritura, en las salas de ensayo, en el medio teatral en general, suele emplearse la expresión “funciona o no funciona”, como si el teatro fuera una lavadora. No sé si obras como La espera, Simone, Entre las olas o Desterradas, tan suspendidas en una hiriente inacción, tan fuertemente introspectivas que el movimiento dramático de las historias acontece exclusivamente en el interior de los personajes, tan particulares y brillantes en esa característica, funcionan, la verdad. Propongo otro término para hablar de la fuerza teatral de una obra o de un dispositivo escénico: si tensa o si destensa. Cada vez tengo más la sensación de que se puede hacer una obra de arte con todo menos sin tensión. Como sabemos, la cuestión radica en que esa tensión puede construirse oponiendo las cosas más diversas. Hay tensiones situacionales, pero, como sabemos, luego las hay estéticas, conceptuales, musicales, asociativas y de muchas otras clases. Al calor de este punto de vista, cuando me pregunto entonces si las obras de Marcela Terra están tensadas, me doy a mí mismo una respuesta tan rotunda que desbanca para siempre el problema de si una obra funciona o no funciona. Como todos sabemos, una gran escritora no necesita haber vivido algo para contarlo: su talento poético radica precisamente en usar la imaginación para extrapolar un hecho cotidiano y, gracias a este, universalizar la emoción al trasladarla a otro hecho lejano. El trato laboral que Marcela recibió como inmigrante sin papeles nada más llegar a Barcelona se ha convertido, por medio de su talento literario, en el dolor de estas cuatro mujeres desterradas.

Recién estrenada la obra, Marcela se quemó la mano en la cocina de un restaurante. Fue una quemadura grave y tuvo que ir inmediatamente al hospital. Al momento la despidieron sin darle la baja ni ninguna indemnización. Sin embargo, Desterradas ya había sido escrita. Cuando la obra se estrenó en Francia, donde por lo visto fue muy cálidamente acogida, nuestra autora fue al estreno y participó del debate posterior con la mano vendada.

Esta obra ha tardado catorce años en ser publicada. No importa, como dijo Paul Valéry, todo puede nacer de una espera infinita. No importa, como sus otras obras, Desterradas también se ha acabado imponiendo.

 

 

Albert Tola

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