HAMLET, de Oskaras Koršunovas, en los Teatros del Canal.

HAMLET

Dirección y escenarografía: Oskaras Koršunovas
Vestuario y puesta en escena: Agne Kuzmickaite
Compositor: Antanas Jasenka
Diseño de iluminación: Eugenijus Sabaliauskas
Ingeniero de sonido: Ignas Juzokas
Director técnico: Mindaugas Repsys
Sastre y decorados: Aldona Majakovaite
Manager de escenario: Malvina Matickiene
Subtitulado: Aurimas Minsevicius
Manager de gira: Audra Zukaityte

Intérpretes:
Bernardo, Rosencrantz, Gravedigger: Tomas Zaibus
Horacio, Capitán noruego, Fortinbras: Julius Zalakevicius
Rey Claudio, Fantasma: Dainius Gavenonis
Laertes: Darius Gumauskas
Guildenstern, Gravedigger: Giedrius Savickas
Marcelo, Caballero: Jonas Verseckas
Ofelia: Rasa Samuolyte
Polonio: Vaidotas Martinaitis
Príncipe Hamlet: Darius Meskauskas
Reina Gertrudis: Nele Savicenko

 

Sin duda que hay buenas ideas en esta variación de Hamlet de Oskaras Koršunovas. Las dos principales, las escenas que arrancan las dos partes de la obra (actos I y III del original). En la primera, los actores, ante sus espejos de camerino (que contituirán la escenografía móvil del montaje) se preguntan a sus reflejos, en un vis a vis estremecedor, en que se convierten en prisioneros de sus imágenes, por su propia identidad. En la escena que abre la segunda aparte, los personajes de Hamlet se maquillan de actores para doblarse en la interpretación del teatrillo, aleccionados por el actor que tanto se esfuerza en hacer o no hacer de Hamlet. Al final, en una especie de mega mix que traba la locura de Ofelia, su muerte, el final del acto IV, la escena de Yorick, la justificación de Hamlet ante Laertes, y la lucha final, Hamlet, ya más en el papel de lo que debería haber sido este montaje, va situando a los personajes que mueren por su mano en influencia frente a los espejos. Les devuelve la pregunta de lo que son; materia para la muerte o para la exhibición de la muerte que realiza Hamlet. De ahí, la intensidad de la respuesta final de Hamlet: el famoso soliloquio de Ser o no ser, repetido al final de la obra, en una demostración, pese a gestualidades tópicas, de lo que puede llegar a conseguir como intérprete Darius Meskauskas tras haber bordeado una actuación que no llegaba a ahondar en el nuevo personaje que proponía.

Otro punto interesante es que Claudio y el fantasma de Hamlet padre sean el mismo actor, con lo que se asimilen uno y otro. Con lo cual, ahondaríamos en la paranoia de Hamlet en un reino en el que nada ha pasado y él se empeña en la tentación del parricidio, y asociado a ello, el incesto.

Sin embargo, Oskaras Koršunovas no opta por trabajar de forma intensa estas dos propuestas tan lúcidas y arriesgadas. Al final, opta por un espectáculo lleno de ruido y furia, incoherente, y que al final nada significa. El golpe de efecto tiene la cualidad de epatar al incauto y despertar al que ya no puede más con el aburrimiento de un espectáculo tan desaprovechado. Hay cosas que causan vergüenza ajena. Caso todas, pero especialmente ese actor disfrazado de rata que aparece sin sentido por el escenario, lo grotesco jugado sin incisión, la pareja pin-y-pon de locas de Rosencratz y Gildestein, el desaprovechar algunos actores, especialmente, aparte de Darius Meskauskas, Rasa Samuolyte. El que el valor de actores de Vaidotas Martinaitis, Nele Savicenko y especialmente Dainius Gavenonis sea, tras tres horas de espectáculo, toda una incógnita. El tirar todo por el aire, el ensuciar el escenario y sobre todo, el texto. Uno se pregunta, ¿por qué aferrarse a las escenas de Hamlet cuando se las quita sentido? Esto es aún más tremendo en la última fase de la obra, en que uno se pierde sin no ha leído 5 veces la obra de Shakespeare, ha visto 2 películas y 6 montajes de la misma… El personaje de Horacio sobra, como el de la rata, y ponerle nariz de payaso, contribuye menos que el que Hamlet se pongo una flauta dulce en la entrepierna y obligue a Rosencratz a hacerle un blow job, vamos, a que se la sople.

Al final, este Hamlet decepciona pero tampoco enfada. Como mucho, hace añorar el de Wajda, visto hace tantos años.

 

 

RAÚL HERNÁNDEZ GARRIDO

 

 

 

 

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