Quizás sea así como Enzo Cormann, el apasionado autor de piezas como Sigue la tormenta, Mingus Cuernavaca o La rebelión de los ángeles, observa el presente y desideologizado nuevo siglo. Un siglo donde los soñadores tienen todas las perder y en el que los que buscan un lugar ventajoso en este cúmulo de coyunturas al que nos ha llevado el tiempo, podrán sobrevivir a los que sueñan con un porvenir.
“Fuera de juego”, una de las últimas piezas escritas por Enzo Cormann se puede ver en la sala madrileña Nave 73 en traducción, como es habitual en el teatro de Cormann y otros autores franceses, de Fernando Gómez Grande y la dirección de Íñigo Rodríguez-Claro. Esta curiosa guerra de generaciones en las que los hijos devoran a los padres o las nuevas generaciones toman el lugar de las antiguas se caracteriza por una auténtica falta de compasión, por una frialdad que raya en la incomprensión y, también, por la carencia total de intercambio simbólico intergeneracional. Si es ley de vida que las nuevas generaciones tomen el poder arrebatándoselo a las anteriores e, incluso, las superen, en “Fuera de juego” este intercambio de poderes se hace de manera violenta, por la fuerza, pero para poblar un nuevo universo donde las nuevas generaciones no sólo no superan a las anteriores, sino que se hunden en un submundo poblado de ratas. Si es ley de vida que los jóvenes tomen el lugar de los adultos y los superen superándose, en esta obra el horizonte de la evolución social sólo tiene como objetivo un enorme basurero repleto de “entrevistas infantilizantes y cursillos especializados para subdesarrollados sociales”.
Esta pieza política del siempre comprometido Enzo Cormann narra de una manera fría y despiadada el derrumbe de una sociedad de bienestar sobre los restos de un páramo clientelar. En vez de ser el estado el que cuide del individuo de la cuna a la tumba, el espacio social es sustituido en el siglo XXI por la economía clientelar del, supuestamente, libre mercado. ¿Quién compra, quién vende? Los individuos se concentran en espacios mercantiles donde el sueño y la profesionalidad han desaparecido. Donde los individuos no pueden realizarse por medio del trabajo o la profesión, sino donde lo importante es tener un empleo, no importa la cualificación que se tenga, ni las esperanzas que el individuo deposite en el mercado laboral.
Y todo esto se ve por parte de las nuevas generaciones con total frialdad, con ausencia total de empatía o compasión, quizás porque todo lo que se cuenta de la Europa social sea percibido como batallitas de abuelos cebolletas o porque nunca han recibido por parte de las generaciones precedentes la donación simbólica del orgullo por la profesión. Es así que, sin compasión, son echados del juego de la vida las personas que no encuentran acomodo en este juego en que los hombres, como las ratas, se devoran los unos a los otros.
A la vez que las nuevas generaciones de europeos son abocadas a la pobreza eterna, también son formadas en la escuela de la impiedad.
Enzo Cormann construye una fábula del presente en la que los pobres empobrecen a los pobres y la piedad se destierra de las relaciones humanas, donde lo único que importa es sobrevivir. El monólogo de Janis, la secretaria ignorada por la directora de la agencia de empleo asesinada, la superviviente de la matanza que provoca el protagonista de la pieza, sin signos de puntuación, como en toda la obra, es realmente conmovedor por la crueldad y frialdad con que mira, no la muerte, sino la vida la lleva a no pensar, ni tan siquiera, en el placer.
han pasado cinco años
excepto durante las horas de trabajo no veo a nadie
por la noche regreso tarde me ducho picoteo algo miro la ciudad por la ventana
no pienso en nada no reviso nada no espero nada
vivo
El autor de Cairn, Bluff o El “decir” de la caída – Túmulo de Jack Kerouac no lo puede dejar más claro: el destino en este espacio social es quedar fuera del juego de la vida. Y es que, en el imaginario de Cormann, no es posible la vida (y tampoco el teatro) fuera del espacio social. Si uno queda fuera del juego social, no hay vida posible.
Y mucho menos futuro.
Luis Miguel González Cruz