MILAGRO
de Luis Miguel González Cruz
Teatro Lethes de Faro. 15 de octubre de 2017
Dirección: Cristina Yáñez
Intérpretes: Chema Ruiz, Javier Anós y Maribel Bravo
Un año después de su estreno en el Teatro de la Estación de Zaragoza, Milagro continúa su gira, ahora en Portugal.
Según la Real Academia, un milagro es un hecho extraordinario y sorprendente que no puede explicarse por leyes naturales y que, por consiguiente, es atribuido a una entidad divina. La definición me parece reveladora si pienso en el contenido, así como en la ambigua escritura de la magnífica pieza de Luis Miguel González Cruz, “Milagro”, que narra la disputa entre un marido y un doctor por conseguir el amor de una mujer que despierta de un coma con la memoria borrada. “Milagro” está siendo representada en Teatro Lagrada de Madrid, en la calle Ercilla, ha sido elegantemente puesta en escena por Cristina Yáñez y es interpretada por Maribel Bravo, Chema Ruiz y Javier Anós, los tres con gran compromiso con la palabra, rigurosos en una emotividad contenida y admirables en los saltos de tono que propone la obra. El equipo artístico representa el texto sin rehuir ni tratar de justificar su tono enigmático y materializa en escena una partitura energética difícil de ejecutar, como es habitual en las obras de este autor, cuyas frases, veloces e inteligentes, dardos cargados de poesía, exigen que los actores entren en su voltaje para que la función contenga un nivel de tensión a la altura de los sagaces diálogos. “Milagro”, cuyas sentencias y monólogos brotan con fuerza del inconsciente de su autor, me parece una pieza que trata de instaurar los misterios, en lugar de revelarlos. En ella, Luis Miguel González Cruz se interroga por el misterio de la muerte y por el misterio del amor. Parece tener presente la cita de Oscar Wilde, que afirmaba cómo el segundo era más profundo que el primero, al interrogarse acerca del misterio de la vida. No puedo más que animaros a ir al teatro a ver esta obra sobre las segundas oportunidades, paradójica, sarcástica y a la vez romántica, palpitante de una escritura en la que el lenguaje literario se combina con el chascarrillo, y la trama de cine con un perfume a comedia de enredos que coquetea con la metafísica. Id al teatro a escuchar una pieza extraña, que a mí me hizo pensar en ecos del Puck del Sueño de una noche de verano de Shakespeare, en los thrillers psicológicos de Hitchcock y en los versos de las odas al vino de Omar Khhayan, el agnóstico poeta persa.
ALBERT TOLA
Desde que leí las primeras páginas de Milagro ya intuí que Luismi estaba escribiendo este texto desde otra perspectiva a la que nos tiene acostumbrados. Yo diría que desde un lado más sutil y desnudo que se ha plasmado en una sencilla escenografía de líneas rectas y casi sin objetos.
Milagro nos sumerge en el mundo de una pareja que parece estar en el momento álgido de su relación, con un elemento perturbador que la convierte en un trío. Andrés, el marido, siempre viajando, pasa semanas enteras fuera de su hogar. Y Emma, la esposa, que está siempre acompañada del doctor (no sabemos su nombre ya que sólo importa su profesión), que intenta seducirla en todo momento; aunque sabe que no tiene ninguna posibilidad, eso no resta su empeño. Y, por último, el vino, que se convierte en un personaje más, dado que está presente en casi todas las escenas. El aviador y el doctor no solo comparten un deseo por Emma sino que ambos son amantes del buen vino y gozan con las diferentes uvas, texturas, colores, sabores y olores que acompañan a distintos momentos de la vida: vino de bañera, de chimenea…
Con estos elementos Luismi crea un mundo muy particular en el que estos personajes parecen convivir cómodamente, repitiendo ritos y convirtiendo, gracias al vino, lo anodino en especial.
La primera acción se sitúa un 4 de julio, día del aniversario de la pareja y cumpleaños de Emma. El doctor y la joven están preparando la cena y bebiendo un vino cuando aparece Andrés. Todo parece augurar un día fantástico de celebración si no fuera por la muerte repentina de Emma.
La muerte de alguien joven, en plena efervescencia de energía siempre produce un schock, un golpe duro que cada uno de los personajes lo asume de una manera. El doctor de una forma terrenal, no hay nada que hacer, está muerta. La de Andrés, desde la incredulidad; le pide y le suplica a su amigo que devuelva la vida a Emma. Tanto tiempo viajando entre las nubes, han convertido a Andrés en una persona que confía más en lo mágico, en lo paranormal, en lo más espiritual, que en la evidencia. ¿Es efímera la felicidad? ¿Solo hay que vivir el momento porque no sabemos qué puede suceder a continuación? Son las preguntas que se nos vienen a la cabeza ante la realidad que están viviendo tanto Andrés como el doctor.
Tanto es el deseo de Andrés, que Emma vuelve. Pero vuelve sin recuerdos, sin saber quién es y dónde está. Sin saber cuáles son los lazos que le unen a esas personas que se encuentra en su despertar.
Y sí con el primer giro, la muerte de Emma, el texto cobra fuerza e impulso; con este nuevo giro, la historia entra en un camino donde los personajes tienen que volver a encontrar el lugar que ocupaban antes, o desplazarse a uno nuevo. Y eso hace que se vuelva dinámica y viva, porque cualquiera de los tres personajes se puede quedar anclado en el sitio donde estaba cuando se produjo el despertar. El que más parálisis sufre es Andrés que tiende a negar, nuevamente, la evidencia y está tratando todo el tiempo de buscar una explicación a algo que no la tiene, se pregunta una y otra vez qué es lo que le ha pasado, por qué Emma no recuerda nada, y de ahí se interroga sobre de qué están formados los recuerdos o qué es la memoria. Y mientras estos pensamientos le impiden avanzar en su relación con Emma que trata de averiguar cuál es la esencia de lo que le sucede, el doctor aprovecha para intentar seducirla de nuevo, ayudándola en las cuestiones más básicas, más triviales, pero también en las que le conectan con la sensualidad y la belleza, aunque sin conseguir el propósito que pretende.
Los siguientes pasos son para reconstruir esa mente perdida de Emma, esa mente que sin recuerdos no es nada, esa mente que no puede amar porque su cabeza vacía de imágenes, de sensaciones, de vivencias, de deseos se niega a creer lo que le dicen, lo que lee. La experiencia que vamos acumulando con los años se convierte en algo esencial en la persona. Es un canto a la memoria y al corazón. A las experiencias vividas y a las emociones, porque sin emociones los pensamientos son grises y no se graban en ningún lado.
Lusimi combina de una forma que a mí me resulta eficaz, las imágenes del amor más profundas, muchas en boca de Andrés y del doctor, con las frases hechas y los refranes que en una Emma, aprendiz de la vida, tienen un toque un tanto irreal, que producen distanciamiento y muchas veces también frialdad. Pero es que Emma está aprendiendo su vida en muy poco espacio de tiempo, por eso repite frases, palabras e incluso refranes que nos pueden parecer sin sentido, pero que a ella le sirven para encontrar el hilo de la madeja y poder continuar su vida. Ha vuelto solamente un cuerpo, un cuerpo vacío que tiene que rellenar el contenido.
Cristina Yáñez juega a resaltar, desde la dirección, la personalidad de cada personaje, con sobriedad porque así lo pide el texto, y haciendo hincapié en zonas de humor que hacen que el espectáculo cobre un nuevo significado. Sería un espectáculo diferente si Cristina no hubiera apreciado tan bien estos momentos de ingenio. Aunque, por momentos, me hubiera gustado que el doctor fuese más exagerado, más bebedor y que su amistad con Andrés, que es profunda y sólida, quedase más remarcada. Solo un amigo le puede decir al aviador que si no se da prisa le va a “levantar” a su mujer.
Los actores están todos estupendos. Desde mi punto de vista, las escenas que concentran más belleza e intensidad son las de la cama y las de la bañera, pues se crea un vínculo entre Emma y Andrés muy profundo que luego aparece en las escenas en las que ella está tratando de recordar; y ese vínculo, que principalmente construye Andrés, con miradas, leves caricias, gestos suaves, es lo que da garra y lo que permite que tenga sentido que Emma salga adelante. El doctor es más dicharachero, más vital, más superficial en muchas ocasiones, más terrenal, por eso Emma no se puede enamorar del él, necesita alguien como Andrés que tenga unas profundas convicciones que la mantenga a flote en este nuevo camino. Hay que construir hacia adelante, eso es lo único que pueden hacer Andrés y Emma en este punto.
También, haya algunas escenas que pueden tener conexión con el antes y el ahora, como si fuese un círculo del que no se sale o al que no has llegado aún. Y esa circularidad está separada por el constate repetir de los personajes de la fecha del suceso, el 4 de julio, la misma del cumpleaños y la misma de su aniversario. El recordar la fecha de terminados momentos, les hace situarse en la realidad de un golpe y observar la evolución de Emma.
Quizás la clave de que Andrés y Emma se encuentren de nuevo para reconstruir ese amor olvidado es en el juego de palabras que el piloto enseña a su mujer. Decirse como se aman mediante la primera letra de la palabra, como las claves que se utilizan en aviación y que sirven para crear acrónimos que son específicos para ellos. Así también Andrés y Emma crean su propio código, su propia palabra que les une más allá de las convencionales TAMQAANEM. Es la que prevalece sobre las demás. Esa palabra que aparece ya en la primera escena y que significa “te amo más que a nada en el mundo”, vuelve a aflorar cuando parece que todo está casi perdido, un código que remueve el corazón de Emma, porque lleva el mundo de los dos en ese acrónimo tanto como el hijo que está esperando y que decide tener.
INMACULADA ALVEAR